El presidente Santos está pagando un alto costo político en aras del proceso de paz en el cual Venezuela actúa como garante. ¿Garante de qué o de quién?, pues de su socia y aliada, la narcoguerrilla de las FARC. A estas alturas, después de tantas humillaciones inferidas por el presidente Maduro no solo en materia de insultos, sino de la difícil crisis humanitaria creada con los deportados y el maltrato a humildes familias colombianas acusadas injustamente de contrabandistas y paramilitares, es hora de que Santos aparte al gobierno venezolano de las negociaciones en La Habana –como lo han sugerido varios ex presidentes latinoamericanos–, pues sus intereses son los del grupo terrorista que despliega negocios y actividades ilícitas en territorio venezolano, donde son amos y señores, especialmente en los estados fronterizos de Táchira y Zulia donde se ha dictado el estado de excepción.
Colombia no tiene la culpa del brutal desabastecimiento de alimentos que sufrimos los venezolanos. En agosto del año pasado, Maduro quiso que Santos obligara a los empresarios a enviarnos alimentos sin pagar la deuda pendiente que supera los 2 millardos de dólares; en esa oportunidad, Santos le comunicó que los comerciantes exigían su pago inmediato antes de despachar nueva mercancía, pero el maula se regresó molesto y le dijo a sus colaboradores que lo iba a esperar en la bajadita, además pretendía que iniciaran una investigación contra el ex presidente Uribe por ordenar un supuesto magnicidio en Venezuela.
Santos está verdaderamente entrampado desde los acuerdos secretos con Hugo Chávez para negociar con la guerrilla a cambio de ganar las elecciones. El difunto comandante eterno vivió obsesionado con la idea de llevar a Piedad Córdoba a la presidencia de Colombia; era el verdadero dueño del circo, hizo varios viajes a Cuba acompañado de Iván Márquez para organizar las reuniones y los acuerdos que iba exigir la guerrilla, permitió que nuestro país fuera el puente para el tráfico de drogas de las FARC, les adjudicó un avión de Pdvsa para que se movilizaran y les dio apoyo financiero con una cuota de petróleo refinado para venderlo en el mercado negro. Difícil no creer que Santos y su canciller Holguín no estuvieran enterados de todo.
Para no poner en riesgo las relaciones con Venezuela, Santos, sin que se le revolviera el estómago, accedió a una serie de exigencias del gobierno venezolano, como enviar al narcotraficante Walid Makled y evitar así su entrega al FBI y la DEA que lo reclamaban. Makled tenía pruebas filmadas contra los narcogenerales que tenía en nómina y que convierten a Venezuela en un narcoestado y un problema de seguridad nacional para Estados Unidos. Santos salvó al gobierno de Chávez y a qué precio.
El actual tema frontera puede tener que ver también con la extradición de dos narcos colombianos, socios del Cartel de los Soles, Gersaín Viáfara Mina, alias Eliseo, y el “empresario” Óscar Hernando Giraldo Gómez, que según el diario El Tiempo es “el testigo estrella que destapará el Cartel de los Soles”.
Para colmo, a Santos los cubanos también lo tienen montado en la olla; se jactan de asegurar que les debe su triunfo porque planificaron una efectiva guerra sucia en las elecciones que en primera vuelta ganó Óscar Iván Zuluaga. Para Cuba el fracaso de Santos significaba el fracaso de las conversaciones de paz, pues son el país donde se llevan las negociaciones con la guerrilla. Raúl Castro es el primer interesado en darle espacio político a las FARC, promover como candidata presidencial a Piedad Córdoba y garantizar para Cuba ayuda económica y comercial. ¡Mucha mesa de diálogo, pero es lo más parecido a una guerra!
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