Ácido desoxirribonucleico. Más que una sustancia parece un trabalenguas.
Se trata de una de las claves de la vida y de la evolución de todas las especies,
sin embargo la mayoría de la gente apenas conoce algo más que su nombre
abreviado (ADN) y el de las dos personas que descubrieron cómo era su
estructura: Watson y Crick.
Básicamente el ácido desoxirribonucleico, el ADN, es la molécula que codifica la información genética. Se
trata de una doble cadena enrollada que se mantiene unida por débiles
puentes de hidrógeno entre pares de bases de nucleótidos. Estos
nucleótidos pueden ser de cuatro tipos según el tipo de bases
nitrogenadas que contengan, es decir: adenina (A), guanina (G), citosina
(C) y timina (T). En la naturaleza, los pares de bases se forman sólo
entre A y T y entre G y C; por lo tanto, la secuencia de cada cadena
individual se puede deducir a partir de su compañera. O lo que es lo
mismo, sabiendo una parte de la cadena, sabes cómo será la otra parte.
Pero empecemos por el principio: ¿cómo se descubrió el ADN?
Como en muchos de los hallazgos científicos fue prácticamente por
casualidad. Friedrich Miescher, un médico suizo que investigaba
sobre los glóbulos blancos a partir del pus de vendas quirúrgicas,
consiguió aislarlo de sin querer. La sustancia aislada era rica en fosfatos, no tenía azufre y no se trataba ni de lípidos ni de proteínas. Decidió llamarla nucleína, aunque posteriormente, dada la naturaleza ácida del ADN acabó denominándose ácido nucleico.
Sin embargo los personajes más famosos relacionados con el ADN fueron los científicos James Watson y Francis Crick.
Gracias a las imágenes de difracción de rayos X obtenidas por Rosalind
Franklin propusieron el modelo de doble hélice del ADN en el año 1953 en
la revista Nature, donde también aparecieron sendos artículos al respecto de la propia Rosalind y de Maurice Wilkins.
De hecho Crick, Watson y Wilkins recibieron de manera conjunta el Premio Nobel de Medicina en 1962
“por sus descubrimientos acerca de la estructura molecular de los
ácidos nucleicos y su importancia para la transferencia de información
en la materia viva” apuntaba la propia academia sueca.
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